El cantar del gallo despertó al jardinero una
mañana más. El sol tímido al principio, se extendía radiante por las laderas
del pequeño pueblo iluminando cada recodo del mismo a su paso.
El amanecer
daba la bienvenida a un nuevo y caluroso día.
El jardinero bostezaba al tiempo que preparaba su
desayuno en aquella pequeña y rural cocina situada en frente de su habitación y
que compartía espacio con un salón algo mas grande, en el cual una cuadrada
mesa de madera estaba rodeada por dos sillas viejas y algo cojas. Un pequeño
cuarto de baño completaba el resto de la casa. Sentado en una de las sillas,
tomaba el jardinero su café como cada mañana desde hacía ya muchos años. Sin
embargo este día era diferente a todos los anteriores. La noche no había sido
de las mejores para él y apenas había conseguido conciliar el sueño. Hoy era
su último día de trabajo como jardinero en el pueblo. En realidad hacía muchos
años que no cobraba dinero alguno por el cuidado y mantenimiento de flores,
arboles y jardines que embellecían aquel pequeño pueblo, aun así el jardinero
siempre tuvo claro la importancia y la belleza que tenía el sentir de la
naturaleza para los seres humanos, empeñados en acabar con ella a medida que el
tiempo pasaba.
Eran ya muchos años de soledad los que cargaba el
jardinero a sus espaldas. La que fue su mujer, a la que todavía amaba, falleció
a causa de una injusta enfermedad. Ella le transmitió la importancia del
entendimiento y la felicidad a través del amor, y el jardinero aplicaba toda su
dedicación, esfuerzo y amor, a lo que fue la pasión de su mujer: la naturaleza.
En el pueblo tachaban al jardinero de viejo
alocado y con graves pérdidas de memoria puesto que desde hacía un tiempo había
dedicado gran parte de sus esfuerzos a regar y cuidar los matojos y las malas
hierbas. Un día ya cansado, el jardinero decidió dedicarse única y
exclusivamente al cuidado y mantenimiento del jardín de su pequeña casa. Su
única hija, alarmada por los rumores que circulaban por el pueblo, había
decidido trasladarlo a la ciudad junto a ella para que estuviera mejor cuidado.
Esta misma noche ella llegaría y mañana a estas horas dejaría el pueblo en el
que había nacido y pasado sus 85 años de vida.
Es verdad que a medida que pasaban los días, el
jardinero se encontraba mucho más cansado que el día anterior y notaba como su
cuerpo no obedecía las ordenes que deseaba llevar a cabo, sin embargo los
pensamientos e ideas del jardinero eran lúcidas y claras como el sol que hoy
cubría el pueblo. Él sabía que el buen oficio de un jardinero es el de acabar
con las malas hierbas segándolas y arrancándolas de donde una vez no fueron tan
malas, para que el resto de vegetación pudiese crecer y desarrollarse. Esta era
una sencilla tarea que él había realizado en muchas ocasiones a lo largo de los
años, sin embargo su visión de la jardinería en particular y de la vida en
general había cambiado. Desde hacía un tiempo un dilema moral invadía sus
pensamientos e influenciaba sus acciones. Un día más, siendo este el último de
sus días de trabajo, aquel dilema volvió a apropiarse de sus sentimientos en el
momento en el que salía de su pequeña casa construida con piedra y que llevaba
en pie más años de los que él mismo podía recordar. Contempló su jardín
generalmente ocupado por grandes y bonitos rosales, al tiempo que sonrió
pensando en lo orgullosa que estaría su mujer al contemplar aquella bonita
vista.
Comprendía que como todo jardinero, lo fácil era
acabar con lo negativo de muchas de las plantas que habían dejado de ser
bonitas e iguales al resto de las flores, favoreciendo de esta forma los
aspectos positivos de muchas otras que si cumplían con lo que se espera de una
bonita y saludable flor. No obstante pensaba que lo verdaderamente complicado
era transformar los matojos y malas hierbas en lo que un día fueron bonitos y
coloridos rosales. El intentar transformar lo negativo en algo positivo es lo
que le hacía diferente al resto de jardineros en particular y de personas en
general. Para el jardinero, hasta la peor de las malas hierbas tenía algo
positivo que ofrecer al resto de las flores y plantas.
Con la mirada fija en el jardín de su casa y
después de más de dos horas dando vueltas a muchas ideas que iban y venían en
su cabeza, sentado en aquella hamaca amarillenta que hacía años era blanca y
que aún se sostenía con los nudos que había hecho su mujer para colgarla de dos
pequeños árboles, el jardinero llegó a una conclusión importante que podía ser
aplicada en todos los aspectos de la vida. Ahora sabía que su deber era el de
dedicar sus últimas energías en cuidar y mantener los aspectos positivos que la
vida le había ido dando, debía hacer crecer los bonitos y esplendorosos rosales
de su querido jardín, sin dar de lado los aspectos que un día fueron positivos
y enriquecieron su vida, y que ahora no lo eran tanto, los matojos y malas
hierbas complementaban el resto de rosales y junto a ellos completaban la
totalidad del jardín.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi9r9xG46JAzjaiCgS3EjQK2YJ5R-yTRWxP5UqRvBLu53eSoGWaehmXy2IkrCTUH5zIMT7RNMiuh1OhDvUJTyg25l0myvWQuSTgYly0o3tVSauKEvq3BD2VlX0UGrRp9dCnSUJydW5_gYA/s320/the+gardener.jpg)
Al día siguiente el jardinero se levantó unas
horas antes y salió a su jardín por última vez. Horas después su hija le
encontró regando y con la mirada perdida en lo que había sido su vida y la
pasión de una mujer a la que seguía amando. Cuando ambos se dirigían al coche,
el jardinero cortó la más hermosa de las rosas y la dejó bajo su puerta después
de besarla y que una de sus lagrimas murieran en uno de los rojos pétalos de
infinita belleza que formaban aquella majestuosa flor.
Meses después de que el jardinero abandonase el
pueblo que le vio nacer y crecer, y pese al agua que recibían de otros muchos
jardineros, todas las plantas, árboles y jardines del mismo, enfermaron de pena
y se secaron en cuestión de días ante la impotencia de los habitantes que no
entendían tan extraña situación. Tan solo algunas rosas del jardinero seguían
en pie junto con los matojos y malas hierbas que yacían a los pies de las
mismas y servían de abono natural para estas.
El jardinero se marchó del pueblo y solo sus
cenizas regresaron para descansar sobre la tierra en la que nació, creció y
vivió toda su vida, fueron sus cenizas las que un día más, sirvieron de abono
para su jardín.
Dedicado a todas aquellas personas que como el
jardinero son fieles a sus ideas, que siempre tratan de formar un jardín
repleto de belleza aún con el riesgo de saber que las malas hierbas pueden
echarlo todo a perder, porque los límites son cuestión de poca cosa si queremos
y tenemos voluntad e ilusión de superarlos.
Guillermo CH
2011
2011